Qué manera de pegar, de correr, de dominar. “Menuda bestia”, se escucha en la tribuna. Bocas abiertas en la noche de Roland Garros, donde 15.000 espectadores se compadecen del tipo que guerrea como puede ahí abajo: a nadie le gustaría ser Tommy Paul, el hombre que sufre en silencio, que hace lo que puede, barrido. Carlos Alcaraz en modo máquina. Sinnerizado. Empeñado todo el mundo en que se robotice, el murciano atiende y dice: aquí me tenéis, focus, esto es lo que queríais. Ahora bien, que a él nadie le quite lo suyo, que nadie le prive de sus golosinas. Es un tenista bordándolo. Un todo absoluto: 6-0, 6-1 y 6-4, tras 1h 34m. Luego el viernes, careo en las semifinales con Lorenzo Musetti (6-2, 4-6, 7-5 y 6-2 a Frances Tiafoe).
“Es uno de esos días en los que te sientes increíble, en los que sientes que la pelota va a entrar. Hoy lo hemos hecho todo prácticamente perfecto”, deslizará más tarde en la zona mixta, adonde ha acudido con las zapatillas desatadas, relajado y a la vez sin bajar la guardia. No debería. Desatado ha estado antes sobre la arcilla, magnífica combinación de armonía, determinación y violencia. Ese brazo era hoy incontenible. “Se puede jugar mejor, pulir algunos errores, pero diría que prácticamente he rozado la perfección. Tenía que ir a por ello, ser valiente, jugar alegre, sin Ningún tipo de especulación. Ahora hay que estar concentrados para poder ofrecer este nivel en las semis”, señala.
Y eso que Paul es, a priori, uno de esos huesos duros de roer. Tipo duro y versátil el norteamericano, de esos jugadores que no se desestabilizan, de los que van a piñón fijo, de los que no se inclinan con facilidad y exigen independientemente de cómo vaya el marcador. No se altera, no pestañea, no transmite. Sin embargo, ese transcurrir desmontaría a cualquiera. Peligro: ¡Alud! El Alcaraz despampanante tiene ganas de lucirse y de regalar, de obsequiar al público de noche y al mismo tiempo reafirmarse: señoras y señores, mesdames et messieurs, aquí estoy yo. El campeón. Imponente él, arrollador, con todo en cada pelotazo. Espejismo ese juego que se dilata diez minutos. En un santiamén, ya tiene el primer set entre las manos.
El estadounidense no está fino con el saque y comienza cada punto a remolque, incómodo todo el rato, demasiado expuesto. Pretende protegerse, pero no puede. No le da tiempo. Cada tiro, un castigo para él. Incómodo, mastica plátano y se quita el vendaje de la pierna derecha, a ver si así cobra un poco más de energía y se suelta un poquito más, pero no encuentra tregua. Aunque no lo exteriorice, sobre la arena hay un deportista sufriendo. Desesperado. Muy mal plan para él. Alcaraz, un puñal, le aborda y le asfixia sin compasión, inspirado por los cuatro costados: servicio, derecha, volea, revés. En todo acierta, con todo ataca. Soberbio el arsenal. Parcial de 7-0 y el drive desprendiendo fuego. Misión: salvar al soldado Tommy.
“Trabajo”, no disfrute
Y así es, va Alcaraz en línea recta y decidido en este Roland Garros que ya ha cogido forma, en el que los candidatos ya se han posicionado y en el que todos le señalan como el favorito. Es él contra el mundo. A la demostración de fuerza de hace un año se une el brillante recorrido en esta gira y todo invita a pensar que el torneo está en sus manos, dependiendo de él mismo, de no ser que a Jannik Sinner, in crescendo, le dé por elevarse con otro golpe de autoridad, que a Alexander Zverev le entre un arrebato de campeón —hoy por hoy, cuesta imaginarlo— o que Djokovic, el hombre milagro de todos los tiempos, rebobine hacia agosto y se impregne de ese episodio inolvidable de los Juegos.
En 49 minutos, el murciano ya acaricia también el segundo parcial y en la grada, empatizando, surge el grito espontáneo. No es para menos. Pobrecillo, piensa el personal: “¡To-mmy! ¡To-mmy! ¡To-mmy!”. A nadie le gustaría estar en ese pellejo ahora mismo. Le ha caído encima un rayo. Descerraja Alcaraz un ganador tras otro, 40 al final, y somete, serio y aplicado de principio a rúbrica. Nada de sustos esta vez. Resueltos los sobresaltos de las rondas previas y muy concienciado, cuentan los que le conocen, deshoja a un adversario confundido, al que no deja siquiera caer el suelo durante la tunda. Se ha convertido Paul en un saco de golpes. Le azota un competidor sin fisuras que, efectivamente, ha dado con “el buen camino”.
Le basta con dosificar y rematar en la recta final. No hay dilaciones. Más y más seriedad, no sin fuegos artificiales. Si no es la perfección, no está demasiado lejos. Es Alcaraz en trance, sencillamente pletórico; en paralelo, un rival hecho pedazos. “Las sensaciones han sido increíbles, trataba de dar cada golpe al cien por cien, daba igual el que fuera, sin pensar en nada más que en pegarle e ir hacia delante. Ha sido uno de esos partidos en los que te entra todo. Podría haber cerrado los ojos y todo hubiera ido dentro, así que estoy muy satisfecho. Supongo que queríais ver más tenis, así que lo siento, pero tenía que hacer mi trabajo…”, le contesta a Mats Wilander, todavía asombrado el sueco.
Por tercer año seguido, pisará las semifinales. Y oficialmente, en París se busca héroe capaz de rendirle. Es Alcaraz contra todos, él como eje. Luminoso. ¿Tal vez el estiloso Musetti, al que ya ha rendido un par de veces esta temporada, las dos en tierra? ¿O acaso Jannik Sinner, citado este miércoles con Alexander Bublik y al que también redujo en Roma? ¿Quizá este Novak Djokovic que no desiste, que sigue y sigue a la caza del último gran bocado? Sea quien sea, deberá alcanzar su máximo. Sin duda.
“EL RESTO TENDRÁ QUE ESTAR AL 100%”
A. C. | París
Alcaraz irrumpirá por séptima vez en las semifinales de un grande, lo cual quiere decir que solo Rafael Nadal (38) y Manolo Santana (8) lo han conseguido en más ocasiones que él entre los tenistas españoles. Se marchaba feliz el tenista —“que ustedes descansen”, se dirigía a los periodistas—, aunque rebaja: “No hay que dar nada por hecho”.
Dice el murciano que en el tenis todo cambia muy rápido, de modo que hay que “seguir concentrados” e intentar “mantener el mismo nivel”, independientemente del horario que pueda fijar la organización; presumiblemente será a las 14.30 (Movistar+), seguido el duelo de la segunda semifinal (20.00).
No obstante, cree que el recital “les demuestra a los demás el nivel al que puedo llegar” y les transmite que “van a tener que estar a su cien por cien” si quieren vencerle. Alcaraz firmó 27 tiros ganadores más que Paul (13) y le tiró 11 dejadas y bombeó 10 globos; solo cedió cinco puntos bajo sus primeros servicios y dos bajo segundos; se costeó 17 opciones de break, ninguna para el estadounidense.
Añade que este miércoles “será un bonito día de tenis” y que verá los cruces restantes porque “son dignos de sentarse y disfrutarlos”. Reconoce, además, que le gusta seguir el rastro de los adversarios. “Me encantan el tenis y los Grand Slams, soy un gran aficionado. Y Sinner es uno de esos jugadores a los que me encanta verle jugar. No anoto nada en la libreta, pero me lo quedo en la mente”, indica.
Por tanto, a buen seguro que sabe por dónde intentará buscarle las cosquillas Musetti, un competidor que ha progresado, pero que recientemente se diluyó ante él como un azucarillo, en las semifinales de Roma. En total, 5-1 favorable al español, que le superó allí y también en la final de Montecarlo.
Carlos Alcaraz ya revolotea sobre el césped de Queen’s, soltando los primeros raquetazos y maniobrando sobre esas dos ruedas que no entienden de superficies. Poco importa que sea dura, tierra o hierba; lo mismo, seguramente, si fuera gravilla, moqueta o incluso hielo. Da igual. Viene demostrando el murciano de lejos su adaptabilidad y, pese a que hace poco más de una semana estuviera peloteando y triunfando sobre arcilla, inolvidable lo de ese histórico 8 de junio, demuestra otra vez su maestría para la transición. De entrada, un triunfo contra Adam Walton: 6-4 y 7-6(4), en 1h 42m. De nuevo el verde y otra vez Queen’s, el mismo punto de partida escogido las dos últimas temporadas y donde ya inscribió su nombre en el palmarés.
Fue hace dos años, en la antesala de su primer éxito en Wimbledon. Entonces exhibió su tarjeta de presentación y atrapó su primer título sobre césped a base de instinto. Se torció la línea el curso posterior, cuando fue superado por Jack Draper en los octavos, pero el desenlace de la gira fue igualmente por todo lo alto. A esos reflejos, ese dinamismo y esos tiros que le vienen de serie añadió la interiorización de una serie de fundamentos elementales que perfilan a un competidor total, capaz de acelerar y naturalizar como ninguno el salto de un terreno a otro. Tan pronto está deslizándose y maquinando desde el fondo en París como dando el paso corto, flexionando la rodilla y atacando con decisión la red de Londres.
Apenas tres sesiones de entrenamiento le han bastado para reavivar los sentidos, reamoldar los apoyos y resolver este trabajado estreno, en el que finalmente se encontró con el repescado Walton (de 26 años y 85º del mundo) en vez de Alejandro Davidovich, por la baja de última hora del malagueño. “Hay poco tiempo para preparar esto, pero nos lo tomamos como una adaptación. Cuantos más partidos ganemos aquí, mejor. A Carlos le gusta mucho esta superficie”, deslizaba en unas declaraciones recogidas por EFE el preparador que le acompaña estos días, Samuel López. “Estoy listo y con ganas, así vuelvo con más energía. Salí, pero solo una noche porque me hago mayor y el cuerpo ya no me da…”, agregaba el tenista a su llegada al torneo, previo paso por Ibiza.
Allí, entre salitre, sol, amistades y reguetón, convirtiéndose la escala isleña ya en tradición, Alcaraz disfrutó de ese paréntesis mental que señala como “imprescindible” y recargó las pilas de cara a este nuevo asalto en el que parte otra vez como la principal referencia. Porque, más allá de la oscilación y las sorpresas tan propias de la hierba, donde los partidos rara vez no ocultan alguna que otra trampa, él es otra vez la rueda a seguir y el que en principio debería marcar el paso durante las próximas semanas. Más que reseñables los registros: 24 victorias hasta ahora, por solo tres derrotas entre Wimbledon y Queen’s.
Con Wimbledon a la vista, a partir del día 30, el español es la máxima certeza en un escenario en el que Novak Djokovic ha perdido fuerza, aunque el serbio advierte en el verde la mejor oportunidad de aquí a final de temporada; se seguirá con atención la evolución de Jack Draper y Ben Shelton, dos zurdos que empujan y cuyo patrón se adapta al particular registro del césped; no termina de afinarse este año Alexander Zverev, a cuyo servicio no le acompañan el resto de apartados; y, sin descartar la irrupción del bombardero de turno, queda por comprobar cuál es la reacción de Jannik Sinner tras el golpe anímico encajado en la final de Roland Garros, donde dispuso de tres bolas de partido.
“No considero que esa victoria me dé ventaja sobre él a nivel mental; de hecho, creo que volverá más fuerte que nunca. Sé que le entusiasma la idea de ganar Wimbledon y que puede jugar muy bien aquí, así que es un firme candidato”, concede el de El Palmar, que en la puesta de largo ante Walton reapareció a su manera: haciendo fácil lo difícil. Meritoria réplica del australiano, al final inclinado ante los 34 tiros ganadores, los 12 aciertos (en 15 subidas) en la red y la fiabilidad con el saque de Alcaraz, que firmó un 68% de efectividad y abortó dos opciones de set para su rival en el segundo parcial; las dos únicas de las que dispuso el oceánico. En los octavos del jueves se enfrentará a Jaume Munar, beneficiado por el abandono de Jordan Thompson.
Baila un murciano (también marciano) al son del Emmenez-moi de Charles Aznavour, coronado por quinta vez en un grande, de nuevo en París, donde todo el público de la Chatrier se lleva las manos a la cabeza y el deporte mundial descubre otra mente excepcional. “¡Sí-se-puede!”, le jalea toda su pandilla desde el palco. Y ahí que resurge como un torbellino Carlos Alcaraz, rebozado de barro, grandioso. E histórico esto. Se baten hasta el extremo dos colosos y el número uno inclina finalmente la rodilla. Prodigiosa esta remontada contra Jannik Sinner en una final para guardar, para enmarcar, loca, emocionante. De esas que hacen afición: 4-6, 6-7(4), 6-4, 7-6(3) y 7-6(2), tras 5h 29m. Tranquilo todo el mundo: el tenis está en inmejorables manos.
Se decide a la foto-finish, tras un toma y daca fabuloso y tramposo, lleno de curvas, vibrante, eléctrico. Sin igual. Es el epílogo más largo visto en el Bois de Boulogne, absortos los presentes por los giros y la superlativa calidad de dos competidores llamados a hacer disfrutar a raudales, elevándose rápido hacia otra dimensión. Tanto monta, monta tanto. De cualquier lado podía haber caído y cualquiera lo hubiera merecido. Lo acariciaba Sinner con las manos, pero contra la oscuridad y esa máquina que pega y pega, ha terminado imponiendo Alcaraz la fe. Les sobra tenis a los dos. Y prevalece otra vez la mente del español, victorioso en los cinco últimos cruces. Sobredosis de épica para este, 8-4 a su favor en el total.
“Gracias, gracias y gracias”, le dedica a París, esta a su rescate. Le arrollaba Sinner y le ha cogido abruptamente del brazo la grada para sacarlo del cenagal y emparejarle con Guga Kuerten y Rafael Nadal, los únicos que habían logrado defender el título en este siglo. Es Alcaraz, a su manera, diferente y hasta que se demuestre lo contrario, válida. Nadie ha ganado más partidos (36) ni trofeos que él (4) esta temporada, y ha completado una gira sobre tierra batida que se traduce en un paseo militar: Montecarlo, Roma y Roland Garros. Sigue por esa vía particular el ritmo de los récords y la senda de los grandes campeones, rendidos ante la evidencia. Andre Agassi se frota los ojos.
Es una final de película y por el palco se dejan ver Spike Lee y Natalie Portman, asombrados con el talento de esos dos chicos que lanzan de inmediato el mensaje: son dos tipos sin miedo. Se buscan, se enzarzan, maquinan ambos, con ese interesante retoque que ha aplicado Sinner al resto durante el torneo —descaradamente perfilado ante los primeros saques del murciano, con el objetivo disuadir y ganar fuerza en la devolución con la derecha— y con el murciano al abordaje todo el rato, sin cesar. Lo busca. Y aprieta una y otra vez. Se dilata doce minutos el primer juego y Sinner se ve obligado a ir apagando fuegos, a despejar las granadas: tres turnos de servicio él, cinco opciones de break.
Un androide y un ojo
Salvaje ese drive de Alcaraz, que al séptimo intento se hace con la suya pese a que el italiano reaccione ante la adversidad disparando el nivel. Son ellos, Les Magnifiques, los diferentes. Los fenómenos. De otra pasta. Por eso, al empellón responde el número uno también a su manera, aquí no hay dolor, aquí se pelea, aquí se levanta uno, ocurra lo que ocurra. ¿Qué mente o qué chasis claudicará primero? Esa es la cuestión. Hace fresquito y sopla el viento; no excesivo, pero sí lo justo como para incomodar y condicionar la trayectoria de la pelota, traicionera todo el rato, obligados a rectificar en las maniobras.
Hay polvillo rojo en el ambiente y ahí abajo, donde se sufre, revolotean entre las ráfagas algunas briznas de tierra más gruesas, con tan mala suerte de que una de ellas se introduce en el ojo derecho de Alcaraz. ¡Maldita traidora! Crece la molestia. Continúa batallando, pero al final tiene que parar. Lo siento, Jannik. Tranquilidad, Carlos. Pero de tranquilo nada, porque coincide el lapso con la bofetada: ¡Pum! Así suena el tenis crujiente de Sinner, ese cordaje castigador, una locomotora que sigue, sigue y sigue, maravillosa la cadencia. Sube él, y mengua Alcaraz. Encaja este otra rotura y se inclina malamente la final. Ahí enfrente hay un androide que pelotea en trance.
Traza una serie de cinco juegos y Alcaraz entra en esa fase de indefinición que nadie quiere, pero que tantas veces aparece; la intersección, el no saber hacia dónde tirar. Feas las sensaciones, lo mismo el marcador: 4-1 abajo en el segundo. No invita al optimismo ese lenguaje corporal. El suero fisiológico sí ayuda, pero ha sido entrar esa dichosa esquirla y torcerse todo: él, el espectáculo, el ambiente. En mala hora. Se enfría el murciano durante un rato. Todo se desvía, excepto Sinner, claro. Y se expande el pensamiento: o hay volantazo, o aquí se acaba la historia. Se pronuncia entonces la Chatrier, el tercerjugador, intervencionista siempre ella: “Cag-los! Cag-los! Cag-los!”.
E intenta este reanimarse, seguid, arropadme, insufladme fuelle como sea. Venid a mí, queridos franceses. Este pelirrojo de las montañas es un verdadero martirio. Y entonces siente el italiano en sus carnes toda la crudeza de lo que significa tener en contra (o a favor del contrario) a la central de París, históricamente devoradora. Si te atrapa, rara vez suele aflojar ese ejército de mandíbulas: ¿A cuántos y cuántas se llevó por delante? Larguísimo el listado de esqueletos. Rebota el nombre del español por las cuatro paredes de la pista, pero la luz sigue apagada. No termina de elegir bien y falla también en la dejada. Sintomático. Esa última no plantea un reto, sino una huida.
Viene un tsunami
Aun así, misterios de esta atmósfera parisina tan inescrutable, Alcaraz encuentra un hueco por el que entrar momentáneamente en el partido, pero este no responde tanto a los méritos —más corazón que argumentos— como al ligerísimo bache que acusa Sinner, interceptado por el mordisco anímico de la grada. 5-4, 5-5. Hay reenganche. Se corta rápido. Será un espejismo. Al desempate, el italiano se desenvuelve de manera imperial, levitando, descargando, dibujando un paralelo que vuela y cae aniquilador cerca de la cruceta; soltando finalmente un derechazo cruzado en carrera que directamente alcanza la perfección. Aquí me tenéis, aquí estoy yo: tenso, raso, escorado.
No hay piernas ni defensa que neutralicen eso, ni siquiera las de alguien con tanta cilindrada. Se gira el español hacia los suyos y lamenta: ¡A la línea, de línea en línea! Feo, feo. Nunca ha levantado un 2-0, los ocho precedentes le empujan hacia el abismo. Y esto es noticia: no le sale una sola dejada. Encaja además en el tercero un break de entrada y amenaza esa bola para el 2-0; de confirmarse, una situación prácticamente terminal. Entonces suena el We Will Rock You de Queen y, a falta de inspiración, bien vale la receta de toda la vida. La opción casera, siempre la mejor. Muy básico, muy efectivo: sencillamente, bolas dentro y escudo. Endurecerlo. Y que arriesgue el otro.
Denostado, el pasabolismo puede convertirse muchas veces en la solución más inteligente. En este caso, la sencillez va perturbándole a Sinner, quien cede, reacciona y se enmienda, pero que vuelve a dejarle espacio. Entrar. Sorprende el patinazo, le cuesta el set. Y se clava Alcaraz sobre la arena e invoca, retador. Dedo a la oreja. Se CristianoRonaldiza. Seguramente el gesto no le haya hecho ninguna gracia a Sinner, que adivina peligro e intenta por todos los medios que no se invierta la curva emocional: ahí hay un tipo creciéndose, agigantándose, ha salido el español del agujero. Y por ahí se le puede escapar. ¿Viene un tsunami? Así es. O se envalentona, o está perdido.
No le conviene de ningún modo, dicen los registros, que se estire el pulso porque nunca ha salido victorioso de ninguno que rebasase las cuatro horas. Bien lo sabe, pero al perdón (con mayúsculas) le sucede un castigo monumental. Directo al callejón sin salida. Sirve y dispone de tres puntos de partido, pero él, magnífico sacador, no atina y se le viene encima una irrefrenable marabunta de fantasmas. Quién sabe, es joven, tiene 23 años; pero quizá ese 5-3 y 0-40 le persiga siempre. Alcaraz, vuelta a la vida, tira ahora dejadas majestuosas, lo devuelve todo (hasta cayéndose), hace diminuta la pista y le fríe el ánimo. Le saca de sus casillas. Un bocado y otro y otro y otro. Así, hasta el final.
Lo hace el de El Palmar a su manera. Y no funciona nada mal.
“Nunca gusta terminar así”, dice Carlos Alcaraz, pero inevitable el bucle. Esa forma de competir causa estragos. Lorenzo Musetti abandona otra vez la pista roto, como ya sucediera al comienzo de la gira en Montecarlo, cuando su motor dijo basta a raíz de la tensión que implica plantarle cara al número dos, al final soberano e imponente, de nuevo superior a la marejada que ha ido planteándole este último duelo: 4-6, 7-6(3), 6-0 y 2-0, tras 2h 25m. Contra viento y marea, el murciano, capataz, sencillamente por encima del resto en un terreno que permite rehacerse e invertir la dinámica. Saber encajar, saber procesar, saber levantarse. Y de eso va aprendiendo un rato el ganador, ya finalista de Roland Garros.
El domingo (15.00, Eurosport y DMAX) se enfrentará a Jannik Sinner o Novak Djokovic, habiendo ofrecido otra demostración de fuerza. Ha estado contra las cuerdas, inmenso Musetti durante casi dos horas. Pero ha sabido escapar. Jugar contra él en la Philippe Chatrier, cada vez mayor castigo. Suena esta película. No hay cabida para la trampa ni escapatoria en la tierra batida, tan solo resistir y guerrear, vencen los más duros de mollera. Es tenis, en la misma proporción si no más, psique. “He intentado llevarle al límite, ser agresivo y no dejarle dominar”, contesta el ganador, en su cuarta gran final; “han sido tres semanas intensas, pero queda un paso. He hecho cosas buenas en este torneo y es la hora de dar el cien por cien el domingo”.
Tal vez fueran las circunstancias, el contexto, eso de que la presión se volviera en su contra por el hecho de tener que dar el do de pecho en casa, ante su gente, pero esta salida de Musetti nada tiene que ver con la de hace tres semanas en el Foro Itálico de Roma. Allá se quedó ese tenista tembloroso y arremete este otro muy distinto, entonado, propositivo y valiente, incisivo desde el primer pelotazo. Hoy, Musetti sí es Musseti. Otro jugador. Una delicia a ojos del expectante público francés, buen menú, un intercambio fabuloso para abrir boca —avanza uno y recula el otro, y viceversa— y una volea acolchada del italiano que descorcha las botellas de champán. ¡Chin-chin!
Efectivamente, el de hoy es un gran día de tenis. Dinamismo y más dinamismo en la apertura, con dos inventores que lanzan trucos y responden a las expectativas. Desde el punto de vista técnico, impecables los dos, tiros y maniobras de muchos quilates; desde la óptica estratégica, un interesante reto para el murciano, que divisa enfrente un rompecabezas porque Musetti no para de hacerle pensar. Pega duro el séptimo del mundo y camina firme, inspiradísimo con la derecha y el revés, en la ofensiva y el repliegue. Entran ambos al cuerpo a cuerpo sin remilgos y a la exquisitez del italiano replica Alcaraz con poder: esas dos derechas cruzadas quitan el hipo.
Sin embargo, va prevaleciendo poco a poco el otro drive. ¡Peligro! En la línea de los últimos tiempos, al menos hasta aquí, da la sensación de que el español va a lograr sobreponerse a todo lo que le pueda venir, independientemente de que se tuerza ante Dzumhur o de que le lanzara ese señor órdago Shelton. Pero tal vez no a este decidido embate de Musetti. Duda el personal en la Chatrier: ¿Y si…? El de Carrara se abalanza. Ahí hay seguridad. “Siento que puedo ser campeón aquí”, decía. Así que no iba de farol. Lo dicho: los temores se quedaron en Roma. Así que continúa proponiendo el italiano, de tú a tú, sin ceder un solo metro. Eso es personalidad. El único camino ante Alcaraz.
“¡Imposible!“, ¡Impossibile!”
Rasca el murciano para perforar por la zona del revés, pero ahí no hay debilidad alguna, sino todo lo contrario. El de enfrente escupe fuego por ambos costados. Se ha robotizado Musetti; bonito su tenis, sí, pero también venenoso. Detrás hay proyecto: ¡Que viene Italia! Magnífica la ola: él, Sinner, Arnaldi, Cobolli, Nardi, cuando no echa una mano Berrettini en la Davis. Estética y funcionalidad, lo ideal. Se saca de la manga tiros extraordinarios, cogiéndola desde abajo, cruzándola y enroscándola, sin bote la bola cuando besa la arena. Y así cierra el primer parcial. Resuena con fuerza el sopapo. En ese punto, Musetti profundiza y él, cáspita, pierde finura. Malísimo momento.
Alcaraz ya nada marea en contra. Pero, más allá de su mayor o menor acierto en la reacción, la pregunta también es: ¿Resistirá el físico de Musetti o irá apagándose y al final quebrándose, como ya sucediera a principios de abril en la final de Montecarlo? Aguanta esta vez el chasis, hasta el fallo sistémico. “Siento que he mejorado en todos los aspectos, incluido el físico, lo cual es primordial”. Así es. Perderá el segundo set y llegará el ko. Imprime efecto el español en la volea y, por fin, logra la rotura. Bendita noticia, de no ser porque de inmediato encaja otra. Mucho estrés. En esta ocasión, no parece que vaya a haber regalo alguno. Y de repente, por si fuera poco, se asoma el espíritu de Roger Federer.
“¡Imposible! ¡De una línea a otra! ¡Así es imposible!”. Revés pluscuamperfecto sobre la línea de cal, desde el fondo, sedoso a la par que violento. Vuela la pelota como una rapaz elegante a lo largo de 25 metros y el murciano tuerce el gesto hacia su banquillo. Esto está poniéndose feo. Se costea primero un par de opciones, pero o se le va al pasillo o Musetti mete otro primero incontestable; logra después por fin el break, pero sigue sin dar con el buen camino; Musetti contraataca de nuevo, 6-6. Aunque, ahora sí, todavía a tiempo y después de todas las angustias, un oasis. Debe dar gracias a la corinilla de la red: rectifica el ace de partida en el desempate y luego, suspense, baila la pelota sobre ella. Es medio segundo eterno. Cae en buen lugar.
El techo está cerrado, pero, en un visto y no visto, a Musetti le llueve encima una tonelada de plomo. No se trata de físico, no en origen. Sino de cabeza. Tan cerca estaba. Tan lejos, en realidad. 1-0 en su contra, 2-0, 3-0, cuatro, cinco, seis… Y entonces sí, empieza a dolerle todo el cuerpo. El alma, sobre todo. Del “imposible” al “impossibile”. Exige Alcaraz hoy día y sobre esta superficie de no bajar un ápice el pistón y de un gigantesco sobreesfuerzo anímico, e incluso de ese punto de fortuna que a él se le ha escapado entre los dedos; de lo contrario, no hay posibilidad. Mera inercia, la ley del más fuerte. Reventada esa mente, el español planea, golpea, fagocita. Aplasta. Hay bandera blanca, el adversario otra vez roto. De ahí a otra final.