LOS40 Primavera Pop 2025: De La Primera Actuación En Solitario De Damiano David En Un Pabellón Español A La Camiseta Del Atlético De Madrid De María Becerra
El Movistar Arena se convirtió el viernes, 11 de abril, en un enorme jardín donde recibir la primavera. Animados por el locutor de LOS40 Tony Aguilar, miles de espectadores alzaron a la vez un cartel con flores para dar por inaugurada la estación. El encargado de abrir el festival LOS40 Primavera Pop 2025 por todo lo alto fue el artista italiano Damiano David, integrante de Måneskin, que interpretó su sencillo Born With a Broken Heart y una versión del éxito de Miley Cyrus Nothing Breaks Like a Heart, en su primera actuación en solitario en un pabellón español.
Los locutores de LOS40 Tony Aguilar, Cristina Boscá, Dani Moreno, El Gallo; Karin Herrero, Óscar Martínez, David Álvarez, Félix Castillo, Jesús Taltavull, Cris Regatero, Ramsés López, El Faraón, y Aitana Jerez fueron los maestros de ceremonias de un evento que congregó a unas 15.000 personas, que celebraron el cambio de estación con sus artistas favoritos y con los éxitos de las listas de LOS40. El equipo de la emisora recordó en varias ocasiones a lo largo de la noche a los afectados por la dana de Valencia y anunció que la próxima edición de LOS40 Music Awards será allí. También ocupó un espacio importante la sostenibilidad y el proyecto El ECO de LOS40, que recoge 40 iniciativas para ayudar a construir, entre todos, un planeta mejor.
El Primavera Pop reunió a artistas internacionales y españoles con una larga trayectoria, pero también a otros emergentes, como los canarios Adexe y Nau, que se estrenaron en el festival; Malva, que interpretó Benidorm 2020, un sencillo en el que versiona Lovefool de The Cardigans; y La Beba, que, tras una actuación psicodélica de su single M4TR1X, contó emocionada que su abuelo acudía por primera vez a verla, mientras el público le dedicaba un aplauso.
Otros como Paula Koops repitieron cita en el festival. La madrileña interpretó Se suponía y su éxito b.o.b.o. con una coreografía y una escenografía inspiradas en las de los equipos de animadoras. También repitieron en el cartel Depol, a quien el público acompañó con Dime solo si has pensao, y las artistas de Operación Triunfo Ruslana y Naiara. La ganadora de OT presentó, además, Fiesta en el centro, un sencillo que se lanzará a finales de abril.
Vicco repitió escenario, esta vez con Bailar y llorar y una innovadora coreografía, que imitaba una pasarela de moda y el posado de los modelos. También regresaron el mallorquín Marc Seguí, a quien el público acompañó mientras cantó a capela su icónico Tiroteo, y Walls, que interpretó Haz lo que quieras conmigo.
Tampoco faltó a la cita de este año Abraham Mateo, que estuvo a cargo de una de las interpretaciones más imponentes de la noche con tres de sus éxitos, coreografiados y acompañando por Soge Culebra en su reciente colaboración con Rayo de luz. Beret emocionó al recuperar Lo siento, una de sus canciones más icónicas, que el público cantó con él, y también interpretó Cupido, un sencillo que incluye un rápido rap.
Otro de los momentos que probablemente queden en el recuerdo del público (formado, en buena parte, por familias) fue la actuación de Nil Moliner, acompañado solo por su guitarra. El artista catalán interpretó Mi religión y Libertad, mientras miles de seguidores entonaban cada estrofa.
Bombai también inundó de energía el pabellón con una colorida escenografía y animando al público a alzar los brazos mientras interpretaron Vuela, Solo si es contigo y Fiesta, sencillo con el que se produjo una explosión de confeti.
Quienes se estrenaron en el festival de LOS40 fueron los venezolanos Alleh y Yorghaki. Lo hicieron con Capaz, Una noche y El ingeniero, que están arrasando en España. Por su parte, el colombiano Beéle interpretó los éxitos Mi refe, Frente al mar y Sobelove, durante una actuación en la que saltó sin descanso y jugó frente a las cámaras.
El final se acercó con la actuación de Dani Fernández, que tuvo al público entregado y devoto de sus letras como si fuera su concierto en solitario durante Dile a los demás, Todo cambia y Me has invitado a bailar. Tras él, llegó la esperada actuación de María Becerra, que cerró el festival vestida con una camiseta del Atlético de Madrid que le habían traído al photocall los jugadores Julián Álvarez, Nahuel Molina y Giuliano Simeone. La nena de Argentina interpretó Corazón vacío y Ojalá y puso el broche final con La Reina.
LOS40 Primavera Pop tiene su segunda cita esta noche a las 20.00 en el Olimpic Arena de Badalona, en la que muchos artistas van a repetir actuación y a la que se van a sumar Paul Thin, María Hein y Lildami.
Cuando llegó a abrir el taller por la mañana, Mario se encontró un ramo de flores blancas en la puerta. No había tomado aún ni el primer café y apenas le dio importancia. Pero cuando volvió a salir, ya no estaban las flores y de repente todo cuadró: “¡Pucha, es porque se murió mi tocayo!”. El taller donde trabaja Mario Espinosa fue hace no tanto el bar La Catedral, el corazón de una de las grandes novelas de Mario Vargas Llosa, fallecido este domingo. Hoy apenas queda en pie la fachada de piedra, en forma de arco, y el portón de metal comido por el óxido. Dentro, los trabajadores con cascos y guantes hacen retumbar las sierras mecánicas cerca de la mesa donde, en la fábula del escritor, se sentaron más de cuatro horas Zavalita y el zambo Ambrosio a desenmarañar los demonios peruanos.
Desvencijado, sin techo y con el suelo de tierra, el local lleva años en venta. Los trabajadores del taller dicen que muy de vez en cuando llega gente a tomarse alguna foto, pero que cualquier día los echan de ahí y tiran todo abajo. Pese a estar a unas pocas cuadras del centro histórico, no es una zona muy amigable. “Hasta el ramo de flores se robaron, seguro que algún loquito de los de por aquí”, continúa Espinosa la mañana siguiente a la muerte del escritor. Mientras, un vagabundo va juntando montañas de basura a lado de la farola de la esquina, cubierta de una madeja de cables negros.
Un poco más adelante, un vecino toma el fresco mientras montan las mesas de una cafetería. Román González es un vendedor ambulante jubilado y llegó a tomarse alguna cerveza con sus amigos en La Catedral. Aquello debió ser a principios de los ochenta. Recuerda que la barra estaba a la izquierda, que enfrente se abría un amplio salón con decenas de mesas y que era un sitio popular “de gente de la sierra”, en referencia a los trabajadores que bajaban a la ciudad de las zonas rurales que rodean Lima.
“Nunca fue un bar literario ni bohemio. Era un bar de arrabal en una zona picante de la ciudad”, explica por teléfono el escritor Luis Rodríguez Pastor, que lleva años organizando una ruta de los lugares de la ciudad que inspiraronConversación en La Catedral(1969). En la novela, parece más un lugar de encuentro para intrigas de periodistas y militantes camuflados entre el gentío. Un ambiente inventado por parte del escritor, que en realidad solo visitó una vez el bar antes de escribir la novela. Fue en 1956, siendo apenas un estudiante veinteañero. Acababa de sacar de la perrera a Batuque, “el perro engreído de Julia Urquidi”, su tía y primera esposa ya por aquellos años. Antes de salir con el perro presenció cómo los empleados mataban a palos a los animales que nadie reclamaba. La escena lo dejó pálido. De vuelta a casa tuvo que hacer una parada y “medio descompuesto” entró a beber algo a un “cafetucho” llamado La Catedral. Así lo contó en su autobiografía El pez en el agua (1993).
Sin amor en la avenida Tacna
El protagonista, Santiago Zavala, Zavalita, trasunto del joven Vargas Llosa, trabajaba en La Crónica, uno de los grandes periódicos de la época. El arranque es memorable y marcará el tono melancólico del resto de la novela: “De la puerta de la Crónica Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris”. Más de cincuenta años después, el paisaje no ha cambiado tanto. Siguen los cuatro carriles abarrotados de coches y flanqueados por esas fachadas de contrastes, palacetes virreinales mezclados con mazacotes de concreto, letreros de casas de cambio, puestos de jugos, sanguches de chicharrón y ese cielo lechoso, mezcla de contaminación y la humedad del mar.
El cambio más evidente es que el edificio ya no es la sede de periódico, donde, por cierto, Vargas Llosa apenas trabajó unos meses mientras estudiaba en la universidad, sino un inmenso centro comercial. La gente sale con las bolsas de la compra y todos dicen conocer el libro que empieza en la entrada de este lugar, aunque pocos reconocen haberlo leído. Eso sí, todos recuerdan la frase fetiche de la novela: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Una pregunta sin respuesta que apunta a todos los males fundacionales del país y del resto de jóvenes Estados latinoamericanos, una de las obsesiones del Mario Vargas Llosa intelectual y político, que llegó presentarse a las elecciones que perdió contra Alberto Fujimori.
En el Perú actual ya no mandan dictadores como El Chino, condenado por delitos de lesa humanidad —y excarcelado hace un par de años en una insólita sentencia—, o caudillos militares como Manuel Odría (1948-1956), el ogro sanguinario que funciona como villano en Conversación en La Catedral. Pero el panorama político no es muy alentador en un país que acumula seis presidentes en poco más de ocho años.
La mandataria actual, Dina Boluarte, lleva apenas dos en el poder como sucesora de Pedro Castillo, encarcelado por un intento de autogolpe. Arrancó su mandato con unas protestas feroces que dejaron decenas de muertos. Ha renovado su gabinete siete veces en estos dos años. El 95% de los peruanos reprueba su gestión. Acaba de librarse de una denuncia por tratos de favor a cambio de joyas y relojes de lujo gracias al blindaje del Congreso. El mismo Congreso donde se destapó una red de prostitución tras el asesinato de una asesora parlamentaria que se encargaba de hacer pasar a las prostitutas como secretarias. Todo eso, sumado a una ola de violencia desbocada en la capital, ha llevado a Boluarte a anunciar elecciones anticipadas para el año que viene.
A este Perú convulso volvió a vivir —y a morir— Vargas Llosa tras una vida de trotamundos. Durante los últimos meses, él mismo visitó alguno de los escenarios limeños de sus novelas. Apoyado en su bastón, y acompañado de su familia, el Nobel organizó una especie de paseos discretos, calculadamente planeados a horas que no hubiera mucha gente. Muchos lo interpretaron como una de sus últimas despedidas. Una de las fotos de esos recorridos, de noviembre del año pasado, muestra al escritor en su regreso a La Catedral poco antes de cumplir 87 años. Debajo del arco, frente al portón metálico, en la misma esquina donde este lunes algún admirador anónimo dejó un ramo de flores blancas en memoria de Zavalita.
Me di cuenta de que Mario se nos estaba yendo una tarde en la Real Academia Española porque lo oí, confundiendo dos realidades inconexas, mientras conversábamos camino a la sala de plenarios. Preferí pensar que la confusión era mía, pero no pude dejar de temer por él. A menudo, al leer a Virginia Woolf, sus novelas y sus diarios, sobre todo, he imaginado lo que sería para ella percibir trechos resbalosos en la coherencia de su pensar. Para mentes lúcidas cuyo mayor tesoro ha sido la potencia y placer de un intelecto extraordinario, la sensación de perder el dominio sobre este debe de ser intolerable y doloroso. Rogué que no fuera el caso de Mario.
Por ser numeraria de la Academia Nicaragüense de la Lengua, soy correspondiente de la Academia Española. La RAE me acogió desde que llegué a España y fue allí, en la hora previa al plenario, cuando los académicos coinciden en la Sala de Pastas para un breve encuentro social, cuando desarrollé mi amistad con Vargas Llosa.
Lo había conocido personalmente en los años ochenta, cuando visitó Nicaragua en el tiempo de la revolución. No se enamoró de ella, como fue el caso de otros grandes escritores. No recuerdo lo que escribió, pero sí la reticencia con que la mayoría lo recibimos por ser un intelectual “de derechas” Sin embargo, como nunca me tragué las excusas de Cuba en el caso de Heberto Padilla, la posición disidente de Mario me pareció un acto de valentía tan respetable como para no intentar borrarlo del mapa o dejar de leerlo. Leía con deslumbre sus ensayos literarios. Historia de un Deicidio donde devela las raíces múltiples de Cien años de soledad, o La orgía perpetua sobre Madame Bovary y Flaubert, son prodigios de la percepción y del puro gozo de un lector capaz de describir y regodearse con la excelencia de sus pares. Más que de sus ficciones admirables, debo admitir que soy devota de sus ensayos.
Estuve en muchas ocasiones en la cercanía de Mario, a través de la Cátedra Vargas Llosa y sus actividades. Participé en varias bienales de novela. En la segunda, en Guadalajara, recuerdo su espanto ante una carta firmada por una centena de escritores, reclamando la deficiente presencia femenina en estas. Reaccionó muy dolido por sentir que se le reprochaba sin razón y por encontrar firmas que él consideraba eran sus amigas. Creo que su nombre lo hizo blanco de un reclamo punzante que correspondía hacer a cantidad de otras similares convocatorias. Mario pagó muchos precios por su honestidad intelectual. A medida que pasó el tiempo y que sus críticas fueron demostrando su acierto, mi admiración por él creció.
Su retiro de la arena pública, cuando dejó sus columnas en EL PAÍS y anunció que Le dedico mi silencio sería su última novela, fue otra demostración de ese compromiso suyo con la realidad de su propia vida.
La última vez que lo vi en la Academia estaba delgado y demacrado; sin embargo, su elegancia, su porte de hombre apuesto, la aureola de saberse quién era sin arrogancia, me quedan en la retina. Además de sus letras que me acompañarán y acompañarán a muchas generaciones, guardaré con mucho afecto el privilegio de haberlo tenido cerca, el sonido de su risa, el ingenio de su conversación y su sentido de humor. Fue un maestro que se dio y nos dio a todos el ejemplo de un rey sol intelectual, que nunca dejó de comportarse y aceptarse como un hombre, plenamente comprometido con la vida y consciente de sus errores y aciertos. Triste despedir a quien sabemos irremplazable.
La partida de Mario Vargas Llosa deja un enorme vacío en el alma de quienes se asomaron a su obra y hallaron en su literatura una compañía para sus horas más felices y aciagas. El Nobel de Literatura murió este domingo a los 89 años, tan solo dos semanas después de haber celebrado su cumpleaños en su casa de Barranco, en Lima, la ciudad con vista al mar de la que nunca se desconectó y adonde regresó para disfrutar sus últimos atardeceres.
La noticia la dio Álvaro, su hijo mayor y cómplice de innumerables aventuras literarias. “Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”, reflexionó el también escritor en un comunicado difundido a través de sus redes sociales.
A diferencia de otras personalidades que han sido veladas en el Ministerio de la Cultura, Álvaro Vargas Llosa ha comunicado que los funerales del Premio Nobel de Literatura serán en estricto privado, en el círculo más íntimo de su padre, y que además será cremado. “No tendrá lugar ninguna ceremonia pública. Nuestra madre, nuestros hijos y nosotros mismos confiamos en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de amigos cercanos. Sus restos, como era su voluntad, serán incinerados”, informó.
Una gran parte de los peruanos se enteraron de su fallecimiento no por los noticieros necesariamente, sino durante un partido de fútbol. Fueron los locutores deportivos del encuentro entre Universitario de Deportes y Melgar quienes dieron la noticia. Como si Vargas Llosa hubiese escrito este pasaje de su propia despedida, eligió a la U, el equipo crema que amó y veneró durante toda su vida, y a los rojinegros del Melgar, el club más popular de Arequipa, la ciudad al pie de un volcán donde nació.
En 2011, Vargas Llosa fue ovacionado en el estadio Monumental en una noche de gala, en la antesala de la presentación del plantel de Universitario de aquel año. Lo hicieron socio honorario y, fiel a su costumbre, el escritor dio un discurso memorable. “Este es el más emocionante homenaje que he podido recibir, la U es mucho más que un club de fútbol, es un mito, una leyenda, una tradición, una de las más hermosas historias que ha escrito el deporte peruano”, expresó, remeciendo las tribunas.
Pedro Cateriano, uno de sus amigos más cercanos, autor de su biografía política, manifestó su dolor en sus redes sociales. “Maestro y querido amigo, partes dejando una huella imborrable y de grandeza en la literatura universal. Tu lucha cívica por la cultura de la libertad y la defensa de los valores democráticos serán un ejemplo a seguir, especialmente en tu Perú. La historia recordará tu gesta”, señaló. En Vargas Llosa, su otra gran pasión (Planeta), Cateriano explica el tránsito de Vargas Llosa del socialismo al liberalismo, así como los entretelones de su campaña política en los años noventa cuando tentó la presidencia del Perú.
El escritor Alfredo Bryce Echenique, quien compartió diversos momentos con Vargas Llosa desde que se conocieron en Europa, destacó su generosidad para siempre tener tiempo disponible para atender a sus colegas. “A Mario le debo mucho. Estuvo a mi lado cuando escribí mi primer libro. A pedido de él se lo di a leer”, contó en Radio Programas del Perú. El autor de No me esperen en abril calificó a su amigo como “un peruano de todos los tiempos”. “Nadie nos ha representado tanto como Mario. Y no solamente por su obra literaria sino por su obra en general. Su terquedad, su limpieza, su enormidad. Yo creo que es el peruano de todos los tiempos”.
Con la muerte de Mario Vargas Llosa se cierra el telón de una generación dorada de escritores de esta parte del mundo que tallaron sus nombres en la historia. Vargas Llosa ha sido el último miembro ilustre del Boom latinoamericano en cerrar las cortinas. Pero además, un hombre de letras incansable y disciplinado que transmitió sus obsesiones con genialidad hasta sus últimos años. En el 2023 se retiró de la literatura con la novela Le dedico mi silencio y también del periodismo con su última columna Piedra de Toque, colocándole un broche de oro a 33 años ininterrumpidos en EL PAÍS.
El fallecimiento de Vargas Llosa ha paralizado Perú. Sus lectores y, desde luego, también sus adversarios políticos están asimilando la noticia. “La muerte a mí no me angustia. Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente”, dijo alguna vez. Entregado al fuego de la literatura y a la esgrima de la política, Vargas Llosa ha sido recibido esta noche de domingo por la eternidad.