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Cultura

Miguel Andrades, Una Grata Sorpresa

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Miguel Andrades, natural de Jerez de la Frontera, ya no es ningún niño; el próximo octubre cumple 30 años, y ya tenía 27 cuando debutó con caballos en un pueblo de Ávila. Pero ha venido a Madrid como hay que venir, valiente, decidido, arrojado y dispuesto a todo con tal de que se hable de él. No se sabe lo que le deparará el futuro, pero esta tarde ha estado hecho un jabato, como si fuera un adolescente con ínfulas de figura. Y quién sabe si algún día lo conseguirá.

Lo cierto es que estaba la plaza dormitando de aburrimiento cuando animó los tendidos con unas airosas verónicas, trazadas con mucho gusto, para recibir al tercer novillo de la tarde; instantes después, con la gente ya despierta, dibujó un garboso galleo por chicuelinas para llevarlo al caballo, y, entre la sorpresa general, tomó las banderillas y clavó tres pares con facilidad.

Brindó al público y desde el centro del ruedo citó a su oponente que descansaba allá a lo lejos; y así, ante un animal codicioso y repetidor, —el único en todo el festejo— el torero demostró que también maneja la muleta con oficio y soltura. La verdad es que la demostración duró poco, de modo que lucieron más la decisión y el valor de Andrades que sus dotes artísticas. Pero por allí andaba, entre los pitones, cuando el novillo lo enganchó en un muletazo con la zurda, se lo echó a los lomos y aún tuvo tiempo de recogerlo de la arena hasta en dos ocasiones y lanzarlo por los aires para dejarlo hecho un guiñapo. Felizmente, no llevaba cornada, y tuvo tiempo para restablecer la compostura y colocarse de nuevo en el terreno apropiado para trazar un par de tandas de más calado por el lado derecho. No mató bien y todo quedó en una ovación.

Quiso esperar al sexto de rodillas frente a chiqueros, pero tardó más de la cuenta en salir del burladero y el toro —porque era un toro ese último— saltó a la arena antes de que Andrades llegara a la raya del tercio; y ahí lo esperó y, de hinojos, lo recibió con una larga cambiada. Volvió a banderillear, y su oponente, mansurrón, pero con genio y mucho brío, le dio un buen susto. Lo persiguió a la salida del primer par, lo enganchó por la chaquetilla, lo zarandeó con violencia y se libró de la cornada de auténtico milagro.

Muleta en mano, se dobló por bajo, con una rodilla en tierra, con conocimiento y hondura, y el toro, tan ufano, momentos antes, se resintió del castigo. Su comportamiento se tornó complicado, con más genio que calidad, lo que no intimidó al torero, que volvió a dar una nueva lección de arrojo y aguante, y se jugó los muslos de verdad. Falló de nuevo en la suerte suprema, la oreja que tenía ganada se esfumó, y fue obligado a dar la vuelta al ruedo.

Así se viene a Madrid, aunque se tengan 29 años en el carnet de identidad y el futuro no se presente risueño.

Álvaro Chinchón y Manuel Caballero, más jóvenes, escenificaron la otra cara de la moneda. Prefirieron mantenerse en su zona de confort, y no dijeron nada. Así no se viene a Madrid.

Sus novillos no les ofrecieron facilidades, pero ni uno ni otro dieron ese paso adelante que se le supone a todo aquel que se presenta en esta plaza con sueños de ser alguien en el toreo.

De momento, la sorpresa corrió a cargo de un veterano, Miguel Andrades.

S. Herrero/De Chinchón, Caballero, Andrades

Novillos de Sánchez Herrero, -el primero, devuelto por inválido-, bien presentados, mansos, blandos y descastados; destacó el tercero, codicioso y con recorrido en el último tercio. Sobrero de Aurelio Hernando, justo de presentación, blando, manso y descastado.

Álvaro de Chinchón: estocada que hace guardia y un descabello (silencio); estocada y dos descabellos (silencio).

Manuel Caballero: pinchazo y estocada (silencio); estocada trasera y un descabello (silencio).

Miguel Andrades: estocada baja _aviso_ y estocada (ovación); dos pinchazos y estocada _aviso_ (petición y vuelta al ruedo).

Plaza de Las Ventas. 6 de abril. Más de un tercio de entrada (8.650 espectadores según la empresa).

Cultura

Mario Vargas Llosa: Despedida En La Catedral

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Cuando llegó a abrir el taller por la mañana, Mario se encontró un ramo de flores blancas en la puerta. No había tomado aún ni el primer café y apenas le dio importancia. Pero cuando volvió a salir, ya no estaban las flores y de repente todo cuadró: “¡Pucha, es porque se murió mi tocayo!”. El taller donde trabaja Mario Espinosa fue hace no tanto el bar La Catedral, el corazón de una de las grandes novelas de Mario Vargas Llosa, fallecido este domingo. Hoy apenas queda en pie la fachada de piedra, en forma de arco, y el portón de metal comido por el óxido. Dentro, los trabajadores con cascos y guantes hacen retumbar las sierras mecánicas cerca de la mesa donde, en la fábula del escritor, se sentaron más de cuatro horas Zavalita y el zambo Ambrosio a desenmarañar los demonios peruanos.

Desvencijado, sin techo y con el suelo de tierra, el local lleva años en venta. Los trabajadores del taller dicen que muy de vez en cuando llega gente a tomarse alguna foto, pero que cualquier día los echan de ahí y tiran todo abajo. Pese a estar a unas pocas cuadras del centro histórico, no es una zona muy amigable. “Hasta el ramo de flores se robaron, seguro que algún loquito de los de por aquí”, continúa Espinosa la mañana siguiente a la muerte del escritor. Mientras, un vagabundo va juntando montañas de basura a lado de la farola de la esquina, cubierta de una madeja de cables negros.

Un poco más adelante, un vecino toma el fresco mientras montan las mesas de una cafetería. Román González es un vendedor ambulante jubilado y llegó a tomarse alguna cerveza con sus amigos en La Catedral. Aquello debió ser a principios de los ochenta. Recuerda que la barra estaba a la izquierda, que enfrente se abría un amplio salón con decenas de mesas y que era un sitio popular “de gente de la sierra”, en referencia a los trabajadores que bajaban a la ciudad de las zonas rurales que rodean Lima.

“Nunca fue un bar literario ni bohemio. Era un bar de arrabal en una zona picante de la ciudad”, explica por teléfono el escritor Luis Rodríguez Pastor, que lleva años organizando una ruta de los lugares de la ciudad que inspiraron Conversación en La Catedral (1969). En la novela, parece más un lugar de encuentro para intrigas de periodistas y militantes camuflados entre el gentío. Un ambiente inventado por parte del escritor, que en realidad solo visitó una vez el bar antes de escribir la novela. Fue en 1956, siendo apenas un estudiante veinteañero. Acababa de sacar de la perrera a Batuque, “el perro engreído de Julia Urquidi”, su tía y primera esposa ya por aquellos años. Antes de salir con el perro presenció cómo los empleados mataban a palos a los animales que nadie reclamaba. La escena lo dejó pálido. De vuelta a casa tuvo que hacer una parada y “medio descompuesto” entró a beber algo a un “cafetucho” llamado La Catedral. Así lo contó en su autobiografía El pez en el agua (1993).

Sin amor en la avenida Tacna

El protagonista, Santiago Zavala, Zavalita, trasunto del joven Vargas Llosa, trabajaba en La Crónica, uno de los grandes periódicos de la época. El arranque es memorable y marcará el tono melancólico del resto de la novela: “De la puerta de la Crónica Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris”. Más de cincuenta años después, el paisaje no ha cambiado tanto. Siguen los cuatro carriles abarrotados de coches y flanqueados por esas fachadas de contrastes, palacetes virreinales mezclados con mazacotes de concreto, letreros de casas de cambio, puestos de jugos, sanguches de chicharrón y ese cielo lechoso, mezcla de contaminación y la humedad del mar.

Portada de 'Conversación en La Catedral', de Mario Vargas Llosa.

El cambio más evidente es que el edificio ya no es la sede de periódico, donde, por cierto, Vargas Llosa apenas trabajó unos meses mientras estudiaba en la universidad, sino un inmenso centro comercial. La gente sale con las bolsas de la compra y todos dicen conocer el libro que empieza en la entrada de este lugar, aunque pocos reconocen haberlo leído. Eso sí, todos recuerdan la frase fetiche de la novela: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Una pregunta sin respuesta que apunta a todos los males fundacionales del país y del resto de jóvenes Estados latinoamericanos, una de las obsesiones del Mario Vargas Llosa intelectual y político, que llegó presentarse a las elecciones que perdió contra Alberto Fujimori.

En el Perú actual ya no mandan dictadores como El Chino, condenado por delitos de lesa humanidad —y excarcelado hace un par de años en una insólita sentencia—, o caudillos militares como Manuel Odría (1948-1956), el ogro sanguinario que funciona como villano en Conversación en La Catedral. Pero el panorama político no es muy alentador en un país que acumula seis presidentes en poco más de ocho años.

La mandataria actual, Dina Boluarte, lleva apenas dos en el poder como sucesora de Pedro Castillo, encarcelado por un intento de autogolpe. Arrancó su mandato con unas protestas feroces que dejaron decenas de muertos. Ha renovado su gabinete siete veces en estos dos años. El 95% de los peruanos reprueba su gestión. Acaba de librarse de una denuncia por tratos de favor a cambio de joyas y relojes de lujo gracias al blindaje del Congreso. El mismo Congreso donde se destapó una red de prostitución tras el asesinato de una asesora parlamentaria que se encargaba de hacer pasar a las prostitutas como secretarias. Todo eso, sumado a una ola de violencia desbocada en la capital, ha llevado a Boluarte a anunciar elecciones anticipadas para el año que viene.

A este Perú convulso volvió a vivir —y a morir— Vargas Llosa tras una vida de trotamundos. Durante los últimos meses, él mismo visitó alguno de los escenarios limeños de sus novelas. Apoyado en su bastón, y acompañado de su familia, el Nobel organizó una especie de paseos discretos, calculadamente planeados a horas que no hubiera mucha gente. Muchos lo interpretaron como una de sus últimas despedidas. Una de las fotos de esos recorridos, de noviembre del año pasado, muestra al escritor en su regreso a La Catedral poco antes de cumplir 87 años. Debajo del arco, frente al portón metálico, en la misma esquina donde este lunes algún admirador anónimo dejó un ramo de flores blancas en memoria de Zavalita.

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Cultura

Un Pensador Irremplazable

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Me di cuenta de que Mario se nos estaba yendo una tarde en la Real Academia Española porque lo oí, confundiendo dos realidades inconexas, mientras conversábamos camino a la sala de plenarios. Preferí pensar que la confusión era mía, pero no pude dejar de temer por él. A menudo, al leer a Virginia Woolf, sus novelas y sus diarios, sobre todo, he imaginado lo que sería para ella percibir trechos resbalosos en la coherencia de su pensar. Para mentes lúcidas cuyo mayor tesoro ha sido la potencia y placer de un intelecto extraordinario, la sensación de perder el dominio sobre este debe de ser intolerable y doloroso. Rogué que no fuera el caso de Mario.

Por ser numeraria de la Academia Nicaragüense de la Lengua, soy correspondiente de la Academia Española. La RAE me acogió desde que llegué a España y fue allí, en la hora previa al plenario, cuando los académicos coinciden en la Sala de Pastas para un breve encuentro social, cuando desarrollé mi amistad con Vargas Llosa.

Lo había conocido personalmente en los años ochenta, cuando visitó Nicaragua en el tiempo de la revolución. No se enamoró de ella, como fue el caso de otros grandes escritores. No recuerdo lo que escribió, pero sí la reticencia con que la mayoría lo recibimos por ser un intelectual “de derechas” Sin embargo, como nunca me tragué las excusas de Cuba en el caso de Heberto Padilla, la posición disidente de Mario me pareció un acto de valentía tan respetable como para no intentar borrarlo del mapa o dejar de leerlo. Leía con deslumbre sus ensayos literarios. Historia de un Deicidio donde devela las raíces múltiples de Cien años de soledad, o La orgía perpetua sobre Madame Bovary y Flaubert, son prodigios de la percepción y del puro gozo de un lector capaz de describir y regodearse con la excelencia de sus pares. Más que de sus ficciones admirables, debo admitir que soy devota de sus ensayos.

Estuve en muchas ocasiones en la cercanía de Mario, a través de la Cátedra Vargas Llosa y sus actividades. Participé en varias bienales de novela. En la segunda, en Guadalajara, recuerdo su espanto ante una carta firmada por una centena de escritores, reclamando la deficiente presencia femenina en estas. Reaccionó muy dolido por sentir que se le reprochaba sin razón y por encontrar firmas que él consideraba eran sus amigas. Creo que su nombre lo hizo blanco de un reclamo punzante que correspondía hacer a cantidad de otras similares convocatorias. Mario pagó muchos precios por su honestidad intelectual. A medida que pasó el tiempo y que sus críticas fueron demostrando su acierto, mi admiración por él creció.

Su retiro de la arena pública, cuando dejó sus columnas en EL PAÍS y anunció que Le dedico mi silencio sería su última novela, fue otra demostración de ese compromiso suyo con la realidad de su propia vida.

La última vez que lo vi en la Academia estaba delgado y demacrado; sin embargo, su elegancia, su porte de hombre apuesto, la aureola de saberse quién era sin arrogancia, me quedan en la retina. Además de sus letras que me acompañarán y acompañarán a muchas generaciones, guardaré con mucho afecto el privilegio de haberlo tenido cerca, el sonido de su risa, el ingenio de su conversación y su sentido de humor. Fue un maestro que se dio y nos dio a todos el ejemplo de un rey sol intelectual, que nunca dejó de comportarse y aceptarse como un hombre, plenamente comprometido con la vida y consciente de sus errores y aciertos. Triste despedir a quien sabemos irremplazable.

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Mario Vargas Llosa Será Despedido En Privado Por Su Círculo Más Cercano Y Será Incinerado

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La partida de Mario Vargas Llosa deja un enorme vacío en el alma de quienes se asomaron a su obra y hallaron en su literatura una compañía para sus horas más felices y aciagas. El Nobel de Literatura murió este domingo a los 89 años, tan solo dos semanas después de haber celebrado su cumpleaños en su casa de Barranco, en Lima, la ciudad con vista al mar de la que nunca se desconectó y adonde regresó para disfrutar sus últimos atardeceres.

La noticia la dio Álvaro, su hijo mayor y cómplice de innumerables aventuras literarias. “Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”, reflexionó el también escritor en un comunicado difundido a través de sus redes sociales.

Desde el año pasado, Vargas Llosa inició una serie de “paseos discretos” por los lugares que inspiraron su obra. Apoyado en su bastón asistió a una función privada de teatro para presenciar la adaptación de su novela ¿Quién mató a Palomino Molero? Poco después recorrió el Leoncio Prado, el colegio militar donde estudió parte de la secundaria y retrató la complejidad del Perú en La ciudad y los perros, la novela que lo encumbró a inicios de los sesenta. También caminó por el bar donde se gestó Conversación en la Catedral. Sus últimos paseos fueron en Barrios Altos y el mítico Cinco Esquinas.

A diferencia de otras personalidades que han sido veladas en el Ministerio de la Cultura, Álvaro Vargas Llosa ha comunicado que los funerales del Premio Nobel de Literatura serán en estricto privado, en el círculo más íntimo de su padre, y que además será cremado. “No tendrá lugar ninguna ceremonia pública. Nuestra madre, nuestros hijos y nosotros mismos confiamos en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de amigos cercanos. Sus restos, como era su voluntad, serán incinerados”, informó.

Una gran parte de los peruanos se enteraron de su fallecimiento no por los noticieros necesariamente, sino durante un partido de fútbol. Fueron los locutores deportivos del encuentro entre Universitario de Deportes y Melgar quienes dieron la noticia. Como si Vargas Llosa hubiese escrito este pasaje de su propia despedida, eligió a la U, el equipo crema que amó y veneró durante toda su vida, y a los rojinegros del Melgar, el club más popular de Arequipa, la ciudad al pie de un volcán donde nació.

En 2011, Vargas Llosa fue ovacionado en el estadio Monumental en una noche de gala, en la antesala de la presentación del plantel de Universitario de aquel año. Lo hicieron socio honorario y, fiel a su costumbre, el escritor dio un discurso memorable. “Este es el más emocionante homenaje que he podido recibir, la U es mucho más que un club de fútbol, es un mito, una leyenda, una tradición, una de las más hermosas historias que ha escrito el deporte peruano”, expresó, remeciendo las tribunas.

Pedro Cateriano, uno de sus amigos más cercanos, autor de su biografía política, manifestó su dolor en sus redes sociales. “Maestro y querido amigo, partes dejando una huella imborrable y de grandeza en la literatura universal. Tu lucha cívica por la cultura de la libertad y la defensa de los valores democráticos serán un ejemplo a seguir, especialmente en tu Perú. La historia recordará tu gesta”, señaló. En Vargas Llosa, su otra gran pasión (Planeta), Cateriano explica el tránsito de Vargas Llosa del socialismo al liberalismo, así como los entretelones de su campaña política en los años noventa cuando tentó la presidencia del Perú.

El escritor Alfredo Bryce Echenique, quien compartió diversos momentos con Vargas Llosa desde que se conocieron en Europa, destacó su generosidad para siempre tener tiempo disponible para atender a sus colegas. “A Mario le debo mucho. Estuvo a mi lado cuando escribí mi primer libro. A pedido de él se lo di a leer”, contó en Radio Programas del Perú. El autor de No me esperen en abril calificó a su amigo como “un peruano de todos los tiempos”. “Nadie nos ha representado tanto como Mario. Y no solamente por su obra literaria sino por su obra en general. Su terquedad, su limpieza, su enormidad. Yo creo que es el peruano de todos los tiempos”.

Con la muerte de Mario Vargas Llosa se cierra el telón de una generación dorada de escritores de esta parte del mundo que tallaron sus nombres en la historia. Vargas Llosa ha sido el último miembro ilustre del Boom latinoamericano en cerrar las cortinas. Pero además, un hombre de letras incansable y disciplinado que transmitió sus obsesiones con genialidad hasta sus últimos años. En el 2023 se retiró de la literatura con la novela Le dedico mi silencio y también del periodismo con su última columna Piedra de Toque, colocándole un broche de oro a 33 años ininterrumpidos en EL PAÍS.

El fallecimiento de Vargas Llosa ha paralizado Perú. Sus lectores y, desde luego, también sus adversarios políticos están asimilando la noticia. “La muerte a mí no me angustia. Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente”, dijo alguna vez. Entregado al fuego de la literatura y a la esgrima de la política, Vargas Llosa ha sido recibido esta noche de domingo por la eternidad.

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