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París Descubre Otra Mente Excepcional: Histórica Remontada De Alcaraz Ante Sinner

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Baila un murciano (también marciano) al son del Emmenez-moi de Charles Aznavour, coronado por quinta vez en un grande, de nuevo en París, donde todo el público de la Chatrier se lleva las manos a la cabeza y el deporte mundial descubre otra mente excepcional. “¡Sí-se-puede!”, le jalea toda su pandilla desde el palco. Y ahí que resurge como un torbellino Carlos Alcaraz, rebozado de barro, grandioso. E histórico esto. Se baten hasta el extremo dos colosos y el número uno inclina finalmente la rodilla. Prodigiosa esta remontada contra Jannik Sinner en una final para guardar, para enmarcar, loca, emocionante. De esas que hacen afición: 4-6, 6-7(4), 6-4, 7-6(3) y 7-6(2), tras 5h 29m. Tranquilo todo el mundo: el tenis está en inmejorables manos.

Se decide a la foto-finish, tras un toma y daca fabuloso y tramposo, lleno de curvas, vibrante, eléctrico. Sin igual. Es el epílogo más largo visto en el Bois de Boulogne, absortos los presentes por los giros y la superlativa calidad de dos competidores llamados a hacer disfrutar a raudales, elevándose rápido hacia otra dimensión. Tanto monta, monta tanto. De cualquier lado podía haber caído y cualquiera lo hubiera merecido. Lo acariciaba Sinner con las manos, pero contra la oscuridad y esa máquina que pega y pega, ha terminado imponiendo Alcaraz la fe. Les sobra tenis a los dos. Y prevalece otra vez la mente del español, victorioso en los cinco últimos cruces. Sobredosis de épica para este, 8-4 a su favor en el total.

“Gracias, gracias y gracias”, le dedica a París, esta a su rescate. Le arrollaba Sinner y le ha cogido abruptamente del brazo la grada para sacarlo del cenagal y emparejarle con Guga Kuerten y Rafael Nadal, los únicos que habían logrado defender el título en este siglo. Es Alcaraz, a su manera, diferente y hasta que se demuestre lo contrario, válida. Nadie ha ganado más partidos (36) ni trofeos que él (4) esta temporada, y ha completado una gira sobre tierra batida que se traduce en un paseo militar: Montecarlo, Roma y Roland Garros. Sigue por esa vía particular el ritmo de los récords y la senda de los grandes campeones, rendidos ante la evidencia. Andre Agassi se frota los ojos.

Es una final de película y por el palco se dejan ver Spike Lee y Natalie Portman, asombrados con el talento de esos dos chicos que lanzan de inmediato el mensaje: son dos tipos sin miedo. Se buscan, se enzarzan, maquinan ambos, con ese interesante retoque que ha aplicado Sinner al resto durante el torneo —descaradamente perfilado ante los primeros saques del murciano, con el objetivo disuadir y ganar fuerza en la devolución con la derecha— y con el murciano al abordaje todo el rato, sin cesar. Lo busca. Y aprieta una y otra vez. Se dilata doce minutos el primer juego y Sinner se ve obligado a ir apagando fuegos, a despejar las granadas: tres turnos de servicio él, cinco opciones de break.

Un androide y un ojo

Salvaje ese drive de Alcaraz, que al séptimo intento se hace con la suya pese a que el italiano reaccione ante la adversidad disparando el nivel. Son ellos, Les Magnifiques, los diferentes. Los fenómenos. De otra pasta. Por eso, al empellón responde el número uno también a su manera, aquí no hay dolor, aquí se pelea, aquí se levanta uno, ocurra lo que ocurra. ¿Qué mente o qué chasis claudicará primero? Esa es la cuestión. Hace fresquito y sopla el viento; no excesivo, pero sí lo justo como para incomodar y condicionar la trayectoria de la pelota, traicionera todo el rato, obligados a rectificar en las maniobras.

Hay polvillo rojo en el ambiente y ahí abajo, donde se sufre, revolotean entre las ráfagas algunas briznas de tierra más gruesas, con tan mala suerte de que una de ellas se introduce en el ojo derecho de Alcaraz. ¡Maldita traidora! Crece la molestia. Continúa batallando, pero al final tiene que parar. Lo siento, Jannik. Tranquilidad, Carlos. Pero de tranquilo nada, porque coincide el lapso con la bofetada: ¡Pum! Así suena el tenis crujiente de Sinner, ese cordaje castigador, una locomotora que sigue, sigue y sigue, maravillosa la cadencia. Sube él, y mengua Alcaraz. Encaja este otra rotura y se inclina malamente la final. Ahí enfrente hay un androide que pelotea en trance.

Sinner, en una devolución.

Traza una serie de cinco juegos y Alcaraz entra en esa fase de indefinición que nadie quiere, pero que tantas veces aparece; la intersección, el no saber hacia dónde tirar. Feas las sensaciones, lo mismo el marcador: 4-1 abajo en el segundo. No invita al optimismo ese lenguaje corporal. El suero fisiológico sí ayuda, pero ha sido entrar esa dichosa esquirla y torcerse todo: él, el espectáculo, el ambiente. En mala hora. Se enfría el murciano durante un rato. Todo se desvía, excepto Sinner, claro. Y se expande el pensamiento: o hay volantazo, o aquí se acaba la historia. Se pronuncia entonces la Chatrier, el tercer jugador, intervencionista siempre ella: “Cag-los! Cag-los! Cag-los!”.

E intenta este reanimarse, seguid, arropadme, insufladme fuelle como sea. Venid a mí, queridos franceses. Este pelirrojo de las montañas es un verdadero martirio. Y entonces siente el italiano en sus carnes toda la crudeza de lo que significa tener en contra (o a favor del contrario) a la central de París, históricamente devoradora. Si te atrapa, rara vez suele aflojar ese ejército de mandíbulas: ¿A cuántos y cuántas se llevó por delante? Larguísimo el listado de esqueletos. Rebota el nombre del español por las cuatro paredes de la pista, pero la luz sigue apagada. No termina de elegir bien y falla también en la dejada. Sintomático. Esa última no plantea un reto, sino una huida.

Viene un tsunami

Aun así, misterios de esta atmósfera parisina tan inescrutable, Alcaraz encuentra un hueco por el que entrar momentáneamente en el partido, pero este no responde tanto a los méritos —más corazón que argumentos— como al ligerísimo bache que acusa Sinner, interceptado por el mordisco anímico de la grada. 5-4, 5-5. Hay reenganche. Se corta rápido. Será un espejismo. Al desempate, el italiano se desenvuelve de manera imperial, levitando, descargando, dibujando un paralelo que vuela y cae aniquilador cerca de la cruceta; soltando finalmente un derechazo cruzado en carrera que directamente alcanza la perfección. Aquí me tenéis, aquí estoy yo: tenso, raso, escorado.

No hay piernas ni defensa que neutralicen eso, ni siquiera las de alguien con tanta cilindrada. Se gira el español hacia los suyos y lamenta: ¡A la línea, de línea en línea! Feo, feo. Nunca ha levantado un 2-0, los ocho precedentes le empujan hacia el abismo. Y esto es noticia: no le sale una sola dejada. Encaja además en el tercero un break de entrada y amenaza esa bola para el 2-0; de confirmarse, una situación prácticamente terminal. Entonces suena el We Will Rock You de Queen y, a falta de inspiración, bien vale la receta de toda la vida. La opción casera, siempre la mejor. Muy básico, muy efectivo: sencillamente, bolas dentro y escudo. Endurecerlo. Y que arriesgue el otro.

Alcaraz, en la red.

Denostado, el pasabolismo puede convertirse muchas veces en la solución más inteligente. En este caso, la sencillez va perturbándole a Sinner, quien cede, reacciona y se enmienda, pero que vuelve a dejarle espacio. Entrar. Sorprende el patinazo, le cuesta el set. Y se clava Alcaraz sobre la arena e invoca, retador. Dedo a la oreja. Se CristianoRonaldiza. Seguramente el gesto no le haya hecho ninguna gracia a Sinner, que adivina peligro e intenta por todos los medios que no se invierta la curva emocional: ahí hay un tipo creciéndose, agigantándose, ha salido el español del agujero. Y por ahí se le puede escapar. ¿Viene un tsunami? Así es. O se envalentona, o está perdido.

No le conviene de ningún modo, dicen los registros, que se estire el pulso porque nunca ha salido victorioso de ninguno que rebasase las cuatro horas. Bien lo sabe, pero al perdón (con mayúsculas) le sucede un castigo monumental. Directo al callejón sin salida. Sirve y dispone de tres puntos de partido, pero él, magnífico sacador, no atina y se le viene encima una irrefrenable marabunta de fantasmas. Quién sabe, es joven, tiene 23 años; pero quizá ese 5-3 y 0-40 le persiga siempre. Alcaraz, vuelta a la vida, tira ahora dejadas majestuosas, lo devuelve todo (hasta cayéndose), hace diminuta la pista y le fríe el ánimo. Le saca de sus casillas. Un bocado y otro y otro y otro. Así, hasta el final.

Lo hace el de El Palmar a su manera. Y no funciona nada mal.

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De La Tierra A La Hierba, Alcaraz Sigue Siendo La Rueda A Seguir

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Carlos Alcaraz ya revolotea sobre el césped de Queen’s, soltando los primeros raquetazos y maniobrando sobre esas dos ruedas que no entienden de superficies. Poco importa que sea dura, tierra o hierba; lo mismo, seguramente, si fuera gravilla, moqueta o incluso hielo. Da igual. Viene demostrando el murciano de lejos su adaptabilidad y, pese a que hace poco más de una semana estuviera peloteando y triunfando sobre arcilla, inolvidable lo de ese histórico 8 de junio, demuestra otra vez su maestría para la transición. De entrada, un triunfo contra Adam Walton: 6-4 y 7-6(4), en 1h 42m. De nuevo el verde y otra vez Queen’s, el mismo punto de partida escogido las dos últimas temporadas y donde ya inscribió su nombre en el palmarés.

Fue hace dos años, en la antesala de su primer éxito en Wimbledon. Entonces exhibió su tarjeta de presentación y atrapó su primer título sobre césped a base de instinto. Se torció la línea el curso posterior, cuando fue superado por Jack Draper en los octavos, pero el desenlace de la gira fue igualmente por todo lo alto. A esos reflejos, ese dinamismo y esos tiros que le vienen de serie añadió la interiorización de una serie de fundamentos elementales que perfilan a un competidor total, capaz de acelerar y naturalizar como ninguno el salto de un terreno a otro. Tan pronto está deslizándose y maquinando desde el fondo en París como dando el paso corto, flexionando la rodilla y atacando con decisión la red de Londres.

Apenas tres sesiones de entrenamiento le han bastado para reavivar los sentidos, reamoldar los apoyos y resolver este trabajado estreno, en el que finalmente se encontró con el repescado Walton (de 26 años y 85º del mundo) en vez de Alejandro Davidovich, por la baja de última hora del malagueño. “Hay poco tiempo para preparar esto, pero nos lo tomamos como una adaptación. Cuantos más partidos ganemos aquí, mejor. A Carlos le gusta mucho esta superficie”, deslizaba en unas declaraciones recogidas por EFE el preparador que le acompaña estos días, Samuel López. “Estoy listo y con ganas, así vuelvo con más energía. Salí, pero solo una noche porque me hago mayor y el cuerpo ya no me da…”, agregaba el tenista a su llegada al torneo, previo paso por Ibiza.

Allí, entre salitre, sol, amistades y reguetón, convirtiéndose la escala isleña ya en tradición, Alcaraz disfrutó de ese paréntesis mental que señala como “imprescindible” y recargó las pilas de cara a este nuevo asalto en el que parte otra vez como la principal referencia. Porque, más allá de la oscilación y las sorpresas tan propias de la hierba, donde los partidos rara vez no ocultan alguna que otra trampa, él es otra vez la rueda a seguir y el que en principio debería marcar el paso durante las próximas semanas. Más que reseñables los registros: 24 victorias hasta ahora, por solo tres derrotas entre Wimbledon y Queen’s.

Con Wimbledon a la vista, a partir del día 30, el español es la máxima certeza en un escenario en el que Novak Djokovic ha perdido fuerza, aunque el serbio advierte en el verde la mejor oportunidad de aquí a final de temporada; se seguirá con atención la evolución de Jack Draper y Ben Shelton, dos zurdos que empujan y cuyo patrón se adapta al particular registro del césped; no termina de afinarse este año Alexander Zverev, a cuyo servicio no le acompañan el resto de apartados; y, sin descartar la irrupción del bombardero de turno, queda por comprobar cuál es la reacción de Jannik Sinner tras el golpe anímico encajado en la final de Roland Garros, donde dispuso de tres bolas de partido.

“No considero que esa victoria me dé ventaja sobre él a nivel mental; de hecho, creo que volverá más fuerte que nunca. Sé que le entusiasma la idea de ganar Wimbledon y que puede jugar muy bien aquí, así que es un firme candidato”, concede el de El Palmar, que en la puesta de largo ante Walton reapareció a su manera: haciendo fácil lo difícil. Meritoria réplica del australiano, al final inclinado ante los 34 tiros ganadores, los 12 aciertos (en 15 subidas) en la red y la fiabilidad con el saque de Alcaraz, que firmó un 68% de efectividad y abortó dos opciones de set para su rival en el segundo parcial; las dos únicas de las que dispuso el oceánico. En los octavos del jueves se enfrentará a Jaume Munar, beneficiado por el abandono de Jordan Thompson.

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Contra El Viento Y Marea De Musetti, El Imponente Y Finalista Alcaraz

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“Nunca gusta terminar así”, dice Carlos Alcaraz, pero inevitable el bucle. Esa forma de competir causa estragos. Lorenzo Musetti abandona otra vez la pista roto, como ya sucediera al comienzo de la gira en Montecarlo, cuando su motor dijo basta a raíz de la tensión que implica plantarle cara al número dos, al final soberano e imponente, de nuevo superior a la marejada que ha ido planteándole este último duelo: 4-6, 7-6(3), 6-0 y 2-0, tras 2h 25m. Contra viento y marea, el murciano, capataz, sencillamente por encima del resto en un terreno que permite rehacerse e invertir la dinámica. Saber encajar, saber procesar, saber levantarse. Y de eso va aprendiendo un rato el ganador, ya finalista de Roland Garros.

El domingo (15.00, Eurosport y DMAX) se enfrentará a Jannik Sinner o Novak Djokovic, habiendo ofrecido otra demostración de fuerza. Ha estado contra las cuerdas, inmenso Musetti durante casi dos horas. Pero ha sabido escapar. Jugar contra él en la Philippe Chatrier, cada vez mayor castigo. Suena esta película. No hay cabida para la trampa ni escapatoria en la tierra batida, tan solo resistir y guerrear, vencen los más duros de mollera. Es tenis, en la misma proporción si no más, psique. “He intentado llevarle al límite, ser agresivo y no dejarle dominar”, contesta el ganador, en su cuarta gran final; “han sido tres semanas intensas, pero queda un paso. He hecho cosas buenas en este torneo y es la hora de dar el cien por cien el domingo”.

Tal vez fueran las circunstancias, el contexto, eso de que la presión se volviera en su contra por el hecho de tener que dar el do de pecho en casa, ante su gente, pero esta salida de Musetti nada tiene que ver con la de hace tres semanas en el Foro Itálico de Roma. Allá se quedó ese tenista tembloroso y arremete este otro muy distinto, entonado, propositivo y valiente, incisivo desde el primer pelotazo. Hoy, Musetti sí es Musseti. Otro jugador. Una delicia a ojos del expectante público francés, buen menú, un intercambio fabuloso para abrir boca —avanza uno y recula el otro, y viceversa— y una volea acolchada del italiano que descorcha las botellas de champán. ¡Chin-chin!

Efectivamente, el de hoy es un gran día de tenis. Dinamismo y más dinamismo en la apertura, con dos inventores que lanzan trucos y responden a las expectativas. Desde el punto de vista técnico, impecables los dos, tiros y maniobras de muchos quilates; desde la óptica estratégica, un interesante reto para el murciano, que divisa enfrente un rompecabezas porque Musetti no para de hacerle pensar. Pega duro el séptimo del mundo y camina firme, inspiradísimo con la derecha y el revés, en la ofensiva y el repliegue. Entran ambos al cuerpo a cuerpo sin remilgos y a la exquisitez del italiano replica Alcaraz con poder: esas dos derechas cruzadas quitan el hipo.

Musetti, en un instante del partido.

Sin embargo, va prevaleciendo poco a poco el otro drive. ¡Peligro! En la línea de los últimos tiempos, al menos hasta aquí, da la sensación de que el español va a lograr sobreponerse a todo lo que le pueda venir, independientemente de que se tuerza ante Dzumhur o de que le lanzara ese señor órdago Shelton. Pero tal vez no a este decidido embate de Musetti. Duda el personal en la Chatrier: ¿Y si…? El de Carrara se abalanza. Ahí hay seguridad. “Siento que puedo ser campeón aquí”, decía. Así que no iba de farol. Lo dicho: los temores se quedaron en Roma. Así que continúa proponiendo el italiano, de tú a tú, sin ceder un solo metro. Eso es personalidad. El único camino ante Alcaraz.

“¡Imposible!“, ¡Impossibile!”

Rasca el murciano para perforar por la zona del revés, pero ahí no hay debilidad alguna, sino todo lo contrario. El de enfrente escupe fuego por ambos costados. Se ha robotizado Musetti; bonito su tenis, sí, pero también venenoso. Detrás hay proyecto: ¡Que viene Italia! Magnífica la ola: él, Sinner, Arnaldi, Cobolli, Nardi, cuando no echa una mano Berrettini en la Davis. Estética y funcionalidad, lo ideal. Se saca de la manga tiros extraordinarios, cogiéndola desde abajo, cruzándola y enroscándola, sin bote la bola cuando besa la arena. Y así cierra el primer parcial. Resuena con fuerza el sopapo. En ese punto, Musetti profundiza y él, cáspita, pierde finura. Malísimo momento.

Alcaraz ya nada marea en contra. Pero, más allá de su mayor o menor acierto en la reacción, la pregunta también es: ¿Resistirá el físico de Musetti o irá apagándose y al final quebrándose, como ya sucediera a principios de abril en la final de Montecarlo? Aguanta esta vez el chasis, hasta el fallo sistémico. “Siento que he mejorado en todos los aspectos, incluido el físico, lo cual es primordial”. Así es. Perderá el segundo set y llegará el ko. Imprime efecto el español en la volea y, por fin, logra la rotura. Bendita noticia, de no ser porque de inmediato encaja otra. Mucho estrés. En esta ocasión, no parece que vaya a haber regalo alguno. Y de repente, por si fuera poco, se asoma el espíritu de Roger Federer.

Alcaraz celebra un punto.

“¡Imposible! ¡De una línea a otra! ¡Así es imposible!”. Revés pluscuamperfecto sobre la línea de cal, desde el fondo, sedoso a la par que violento. Vuela la pelota como una rapaz elegante a lo largo de 25 metros y el murciano tuerce el gesto hacia su banquillo. Esto está poniéndose feo. Se costea primero un par de opciones, pero o se le va al pasillo o Musetti mete otro primero incontestable; logra después por fin el break, pero sigue sin dar con el buen camino; Musetti contraataca de nuevo, 6-6. Aunque, ahora sí, todavía a tiempo y después de todas las angustias, un oasis. Debe dar gracias a la corinilla de la red: rectifica el ace de partida en el desempate y luego, suspense, baila la pelota sobre ella. Es medio segundo eterno. Cae en buen lugar.

El techo está cerrado, pero, en un visto y no visto, a Musetti le llueve encima una tonelada de plomo. No se trata de físico, no en origen. Sino de cabeza. Tan cerca estaba. Tan lejos, en realidad. 1-0 en su contra, 2-0, 3-0, cuatro, cinco, seis… Y entonces sí, empieza a dolerle todo el cuerpo. El alma, sobre todo. Del “imposible” al “impossibile”. Exige Alcaraz hoy día y sobre esta superficie de no bajar un ápice el pistón y de un gigantesco sobreesfuerzo anímico, e incluso de ese punto de fortuna que a él se le ha escapado entre los dedos; de lo contrario, no hay posibilidad. Mera inercia, la ley del más fuerte. Reventada esa mente, el español planea, golpea, fagocita. Aplasta. Hay bandera blanca, el adversario otra vez roto. De ahí a otra final.

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Alexander Zverev

Hay Una Leyenda Suelta Por París, Entre Los Cuatro Más Fuertes: El Magistral Djokovic Tumba A Zverev

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Hay una leyenda suelta por París, que se deja ver paseando en bicicleta por el l’Arc de Triomphe y responde al nombre de Novak Djokovic, el eterno, el incombustible, el impresionante. Acorde el escenario: monumental. Dejando al margen los números e independientemente de filias y fobias, se entregan los parisinos por completo a un campeón que ha impartido una lección táctica, que ha remontado (4-6, 6-3, 6-2 y 6-4) y que al borde de la medianoche, con 38 primaveras y al quinto intento, remacha y se sincera: “No es fácil ser competitivo aquí, a mi edad, pero por este tipo de partidos merece la pena seguir jugando”. Tiene otro por delante el viernes en las semifinales ante el número uno, Jannik Sinner (6-1, 7-5 y 6-0 a Alexander Bublik).

Irreconocible últimamente, fue ir aproximándose Roland Garros e ir recuperando él el buen color, con el título 100 en Ginebra primero, revitalizador, y una escalada posterior en el Bois de Boulogne que le sitúa una vez más, por decimotercera en el torneo francés y 51ª en un major, entre los cuatro más fuertes. Meritorio no, lo siguiente. Sea este curso o no el último, compita más o menos años o logre más o menos récords, ya pocos se le resisten, Djokovic continúa maravillando y elevándose. Coraje, orgullo, resiliencia. Y ojo: ahí sigue el nivel. Si el físico responde, es capaz de todo. Se sospecha que está en su fase crepuscular, pero son dos grandes y dos semifinales. Australia antes.

Pelín desangelado el día en París, grisáceo y plomizo. Contagioso para todos. La grada de la Chatrier empieza el turno nocturno más bien fría y la planicie ambiental arrastra al set inicial del partido, en el que Zverev impone su revés y Djokovic no logra enmendar el paso en falso dado en el primer juego. Perdido ese servicio, el serbio rema para recuperar el terreno concedido, pero los martillazos secos del alemán prevalecen. Transcurre todo por unos derroteros que no le terminan de interesar al de Belgrado, tradicionalmente más cómodo en atmósferas más calientes. Pero no hay agitación alguna y, en esa fase de tanteo y linealidad, más bien romos los dos, el tenis de la torre gana crédito. Le basta con validar el saque.

Zverev sirve en un instante del partido.

Hasta ahí, más robusto y más compacto Zverev; al otro lado, un guerrillero demasiado conservador. Un imperio rodeado hoy día de interrogantes y que, pese a todo, resiste. Quiere continuar Nole y de ahí el empeño, esa romántica pelea final con los jóvenes y contra el paso del tiempo. Son 38 años y el público lo sabe. Ahora mismo, cada paso de Djokovic por cada escenario podría ser el último. Escalofríos, la gran época terminándose. De ahí que los presentes cojan también los remos y se apliquen con él, a bordo de su embarcación. Toda ayuda es poco, de modo que la Chatrier intenta reanimarle a coro: “¡No-vak! ¡No-vak! ¡No-vak!”. Loable ese espíritu, ese continuar. Semejante fe.

37 subidas, 41 golpes

Le gusta demasiado esto de competir al serbio, que hace de la modorra virtud. Puestos a que el duelo sea de biorritmos bajos, mejor llevarlo directamente a su terreno: el cloroformo. Saca el manual. Bota infinitamente la pelota, dilata cada segundo, estira cada entreacto y hace que el reloj avance muy despacio para congelar el juego de Zverev, quien poco a poco va perdiendo tono y se destempla: efectivamente, Novak haciendo de las suyas. Mil y unas veces vista la estrategia y, aun así, los rivales siguen cayendo en la telaraña. Adquiere progresivamente calor y, ahora sí, ataca con fiereza los segundos saques de su amigo. Set iguales. Dos a uno para él. Así es: Djokovic.

Djokovic, durante el partido contra Zverev

Son las once y media de la noche y el campeón de 24 grandes coge bocanadas de aire después de un estupendo intercambio de 41 golpes; de revés a revés, de una dejada a otra y para sellarlo una derecha cruzada sobre la que viaja un sueño. ¿Por qué no aquí, en París? ¿Acaso no lo ha hecho tantas y tantas veces? En ese instante, ya ha introducido a Zverev en un laberinto cerrado a cal y canto, sin escapatoria, pasando de esa primera vía erosiva a una directamente destructiva. Esparce veneno. Entre el segundo y el tercer pasaje, el de Hamburgo prácticamente no huele la pelota. No le deja Nole, instalado cómodamente sobre ese atril de la línea de fondo desde el que diseña y dirige: a esto se juega así, qué importan las edades. Se tiene o no la sabiduría. Y a él le sobra. Si no, véanse esos giros de muñeca.

Cose a dejadas al alemán, que sufre un mundo en la arrancada y está aturdido. Al final, le tira 35. Zverev, otros tantos esprints en vertical para tratar de interceptarlas y frenar la sangría, porque esto se le escapa, intenta dar con una trampilla que no existe y va sucumbiendo a la lección, completada con una majestuosa exhibición de volea en la red. Djokovic, excelso acolchando la pelota, acierta en 27 de las 37 aproximaciones que intenta. Así que ahí está él otra vez, contra viento y marea, empeñado en llevarle la contraria a la lógica y desafiando y desafiándose una última vez. Hace menos de un mes parecía estar desconectado, pero llegan los grandes y su instinto se reactiva. Lobo-hombre en París. Seis triunfos ya y una cita con Sinner. Sencillamente extraordinario, se mire por donde se mire.

SINNER DISPARA A 252 KM/H

A. C. | París

Djokovic es el segundo jugador más veterano que llega a la penúltima ronda del grande francés, únicamente superado por el estadounidense Pancho Gonzales, que desembarcó con 40 años en la de 1968. Y se expresa feliz tras el triunfo, aun sabiendo que se topará próximamente con Sinner. No se desvía un ápice el de San Cándido.

“Ese tipo de retos sacan lo mejor de mí. No hay nada que me motive más a esta edad”, destaca. En los pulsos entre ambos, igualdad: cuatro triunfos por cabeza. Ahora bien, el italiano se impuso las tres veces que midieron sus fuerzas, todas sobre pista dura. Y un solo precedente en tierra: Nole venció hace cuatro años en Montecarlo.

“¿Cómo le voy a frenar? No estoy pensando en eso, sino en cómo voy a ejecutar yo mi plan”, concede. A la perfección le ha salido ante Zverev, quien de los 23 encuentros con top-10, solo ha ganado cinco. “Había un momento en el que no sabía cómo ganar un punto desde el fondo”, admite el alemán, al que considera “infravalorado”.

“Le ganó a Carlos en Australia y a mí aquí”, recuerda; “olvidaros de su edad, sigue ganando a los mejores. Hay que respetarle”. Así lo opina Sinner, firme de nuevo. Se quita a Bublik de encima de un manotazo. “Novak ha vuelto a su máximo nivel. Será muy táctico, difícil”, indica el líder del circuito. Un cañón.

En un instante del partido, envía un saque a 252 km/h y gracias a la victoria, se une a su compatriota Lorenzo Musetti, rival de Alcaraz. Se trata de la segunda vez que sucede esto, tras 1965, cuando fueron semifinalistas otros dos transalpinos: Nicola Pietrangeli (campeón) y Orlando Sirola.

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