Polonia concluye este domingo un ciclo electoral que se inició en 2023, y que decidirá si culmina su retorno al centro de la Unión Europea o vuelve a alejarse hacia los márgenes, para situarse como un bastión del trumpismo en Europa. El alcalde de Varsovia, el europeísta Rafal Trzaskowski, y el historiador ultranacionalista Karol Nawrocki llegan prácticamente empatados —con una ligerísima ventaja del primero, dentro del margen de error—, a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que decidirán el rumbo político de país.
El jefe de Estado no tiene competencias de Gobierno, pero posee un arma fundamental: el poder de veto en el proceso legislativo. Si gana Nawrocki, el candidato avalado por los ultraconservadores de Ley y Justicia (PiS), el primer ministro, el liberal de centroderecha Donald Tusk, puede contar con la paralización definitiva de su agenda reformista. Si Trzaskowski vence en su segundo intento de ser presidente, el primer ministro conseguirá el impulso que lleva esperando desde que volvió al poder al frente de una coalición liberal en diciembre de 2023. Con la popularidad del Ejecutivo en retroceso, Tusk se juega también en estas elecciones su liderazgo, tanto en Polonia como en la UE.
La tasa de participación este domingo va a ser decisiva. A las 17.00 había votado el 54,9% de los 29 millones de electores llamados a las urnas, ligeramente por encima del 52,1% de 2020. En un centro electoral de Varsovia, un empresario de 44 años llamado Karol Weber votó al alcalde a media mañana. Sentado al sol en unas escalinatas del Palacio de la Cultura y la Ciencia, donde una cola avanzaba ligera, explicaba: “[Trzaskowski] Representa la Polonia que quiero: moderna, abierta a gente distinta, a diferentes estilos de vida, aunque me haya criado como católico”. Zbig, un científico jubilado de 65 años que prefería no dar su apellido, también había elegido al aspirante liberal. “Creo firmemente que el Gobierno acelerará los cambios en el país [con Trzaskowski]”, decía.
Pero incluso en el centro de la capital, más liberal, la gigantesca urna guardaba papeletas para Nawrocki. Como la de Kamil, empresario de 41 años, que evocaba su principal razón con ayuda de un traductor online: “No quiero inmigrantes en Polonia”. Zeszek, de 55, le votaba solo “como mal menor”, porque su primera opción era el ultraderechista Slawomir Mentzen, que quedó tercero en la primera vuelta.
Los presidentes polacos desempeñan también un papel activo en política exterior. Trzaskowski, de 53 años y vicepresidente de Plataforma Cívica, la formación de centro-derecha que lidera Tusk, es todo lo europeísta que se puede ser. Durante la campaña electoral, ha insistido en su compromiso con la UE, que ha demostrado durante su carrera política. “Polonia debe ser un líder en la Unión Europea, no un problema. Debemos volver a la mesa donde se toman decisiones, no limitarnos a quejarnos desde fuera”, dijo en un debate presidencial. Wojciech Przybylski, director del centro de análisis Visegrad Insight, afirma que el triunfo del candidato liberal “consolidaría a Europa, con dos victorias, en Rumania y Polonia”. Pero Trzaskowski sería también, asegura el analista, “un gran interlocutor con la Casa Blanca”.
La Administración del republicano Donald Trump ha dejado claro, sin embargo, que preferiría una victoria de Nawrocki. La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, generó un profundo malestar esta semana entre los liberales con unas declaraciones que sonaron a injerencia electoral. Si gana el candidato de PiS, dijo, los polacos podrán contar con Trump como un gran aliado. “Seguirá habiendo presencia militar estadounidense aquí… y tendrán equipos de fabricación estadounidense y de alta calidad”, afirmó en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), que por primera vez se celebró en Polonia.
En ese cónclave ultra, que después se celebró también en Hungría, Nawrocki contó con el apoyo expreso de líderes como Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, o George Simion, derrotado en las presidenciales rumanas el 18 de mayo. Para la internacional populista, estas elecciones son tan trascendentales como para los europeístas. “Si Nawrocki no gana en Polonia, Hungría será la siguiente y Viktor Orbán perderá el poder”, auguró Simion. El candidato elegido por PiS asegura que es “partidario” de la UE, “pero de una que respete la soberanía de las naciones y no imponga ideologías”.
La campaña del aspirante ultranacionalista ha estado marcada por varios escándalos que le configuran como una persona con un pasado turbio, violento, con supuestas conexiones con el crimen organizado y la prostitución. A los votantes del exboxeador parece no importarle demasiado. Unos consideran que se trata de una campaña de difamación de los medios liberales. Otros lo ven como un valor: “Así nos protegerá mejor”, decía un joven estos días en Varsovia.
Nawrocki ha adoptado algunos clásicos del trumpismo y de la corriente ultra internacional. Primero, los polacos, dice. En esa priorización en los servicios sociales, de sanidad y educación, recoge no solo un firme rechazo a la inmigración, sino también un creciente sentimiento en la sociedad polaca que cuestiona las ayudas públicas a los refugiados ucranios y que incluso Trzaskowski ha incorporado en su discurso. Pero el candidato ultra ha ido un paso más allá. En su intento de ganarse los votos del partido de extrema derecha Confederación (Konfederacja), que quedó tercero en la primera vuelta y fue el favorito de los jóvenes, se ha comprometido a mantener la puerta de la OTAN cerrada para Kiev.
Con matices, Nawrocki y Trzaskowski —que ha virado a la derecha en campaña, también en busca de votantes más conservadores—, comparten su intención por reforzar la defensa, en el país de la OTAN que más gasta en relación con el PIB. También se oponen al acuerdo migratorio y defienden blindar las fronteras.
En cuestiones sociales las diferencias entre ambos son más evidentes. Nawrocki defiende valores tradicionales cristianos y nacionalistas. El alcalde de Varsovia representa la apertura del país hacia los principios europeos, con la defensa del aborto, de los derechos LGTBI, y del Estado de derecho.
Tarjeta amarilla al Gobierno
Los resultados de la primera vuelta, celebrada el 18 de mayo, hicieron sonar todas las alarmas en el campo liberal. La suma de los votos de los ultraconservadores y la extrema derecha superó con holgura la mayoría. El primer ministro admitió que el Gobierno había recibido una tarjeta amarilla y en una marcha masiva en Varsovia para movilizar al electorado el domingo pasado, se disculpó. El Ejecutivo que lidera —con partidos liberales que van del centro-izquierda a la derecha— apenas ha cumplido una veintena de las 100 promesas que hizo para los primeros 100 días en el poder.
Como dice Przybylski, a la coalición le ha faltado “un proyecto positivo”. “Lo que les unió fue su carácter anti-PiS”, añade. El alcalde de Varsovia se ha comprometido a trabajar para cumplir con los compromisos que garanticen el cambio en Polonia.
Si gana el exboxeador, nadie duda de que bloqueará la acción del Gobierno, que con Andrzej Duda, de PiS, como presidente, todavía no ha conseguido sacar adelante ninguna ley para restaurar el Estado de derecho. Nawrocki, que dirigió el Instituto de Memoria Nacional, “socavaría al Ejecutivo permanentemente; utilizaría el palacio presidencial como centro de operaciones contra Tusk”, afirma Przybylski.
Sería además un primer paso para PiS para comenzar el camino de regreso al poder en las próximas legislativas, en 2027. El partido de Jaroslaw Kaczynski tendría argumentos para deslegitimar al Ejecutivo y presionar para celebrar elecciones anticipadas, un escenario que Tusk ha rechazado. Hasta las nueve de la noche, cuando cierren los centros electorales y se publiquen los primeros sondeos a pie de urna, todo está abierto. El lunes, previsiblemente, se conocerán los resultados oficiales. Para añadir una capa más de incertidumbre a este duelo ajustadísimo, ambos campos han denunciado injerencia electoral, y la amenaza de la impugnación de los resultados electorales planea sobre el ambiente.